Por qué vuelven las palomas mensajeras
Hablar de palomas es hablar de uno de los más bellos símbolos: dos palomas alimentaban a Júpiter; palomas eran los más viejos oráculos de Libia; la paloma era el ave favorita de Venus; en las Sagradas Escrituras, la paloma es símbolo de inocencia y sencillez; las mujeres judías, después de parir, hacían ofrendas de palomas; la enumeración sería extensa…
Pero no hablamos de palomas libres, salvajes. por decirlo de alguna manera excluyente; no de las torcaces, grandes, de color azul oscuro; las de vuelo gracioso y fácil; las que, como las golondrinas, en otoño se van a África y vuelven en marzo; no de las zuritas, también azules, pero menos ariscas; no de la montes, azul ceniza, de vuelo a ras de tierra y silbido, base y generatriz de las razas caseras: las domésticas; las que acaban en caldo de enfermo, guiso con cebolletas o pucherito a la criolla.
Hablemos de las palomas mensajeras, cuya primera noticia —como sabe todo el mundo— está en el Antiguo Testamente, cuando lo de Noé y el arca parada sobre las montañas de Ararat, lo del cuervo que no volvió, y lo de la paloma con esa rama de olivo en el pico.
En lo concerniente a palomas mensajeras se pasa de Ramsés III al asedio de París por el ejército prusiano, en 1870; o, en 1874, en Barcelona, a don Nilo Mª Fabra, propietario de la «Agencia Fabra», y del primer servicio público de palomas mensajeras. Don Nilo estuvo en París; se informó en la «Agencia Hayas», asistió a «sueltas y compró, en Bélgica, cuna, con la India, de las mensajeras, cuarenta y ocho palomas. Cuando, por el 1874, llegaba a España el romántico rey Alfonso XII, a bordo de la fragata «Navas de Tolosa», salían, en el «Jaime I», las autoridades para recibir al rey en aguas provinciales. En el «Jaime I» iba don Nilo Fabra, provisto de doce palomas. Al amanecer, a la altura de Tordera, desde el «Jaime I», divisaban la fragata real; y se soltaban las doce palomas con sus correspondientes despachos. El mensaje de Nilo Fabra decía así: *Por palomas mensajeras de la Agencia Fabra. En el mar. Vapor «Jaime I». 9 enero. 6,50 mañana. Hemos avistado las «Navas», que conduce a! rey, delante de Tordera’. Posteriormente, desde los comprometidos tiempos de Verdún (1914), hasta la actualidad, los ejércitos las usaron.
Lo que deseamos recordar aquí es que, en las azoteas de las ciudades, o en el campo, existen unos hombres cuidadosos, pacientes y observadores, pertenecientes a las más diversas condiciones sociales, que cultivan la cría de palomas mensajeras en pro de la selección de tipos atléticamente aptos para los concursos; preocupados por el árbol genealógico de sus ejemplares, por su constitución, por el color de los ojos, la forma de los plumajes, a zaga de los interrogantes que envuelven el misterioso sentido de orientación de sus palomas: el milagro de volver que las hace tan atrayentes.
La colombofilia como deporte
La colombofilia es un laborioso entretenimiento, diríase también que un estudio, encaminado al momento emocionante del regreso de las palomas, vencedoras o vencidas, de los largos viajes olímpicos; regreso, con el corazón desbocado y las plumas maltrechas; salvando enemigos: montañas, lluvias, vientos, cazadores y aves de presa… La colombofilia, amigos míos, es un deporte científico, con alcances internacionales y extensísima bibliografía.
Existen tratados sobre el color del plumaje de la paloma mensajera, o el ojo avizor de estas aves insólitas y bellas; elegantes, de líneas precisas y largas alas, bien plegadas sobre la cola. Vuelan no muy alto —a lo más, a unos cuatrocientos metros—; su vuelo es nadador, batiente, no de planeo; la constitución de la alas las destina a vencer la resistencia del aire, en relación con la densidad atmosférica, que ellas registran prodigiosamente. En la altura, la densidad disminuye y motiva mayor esfuerzo; de ahí que no suelan cruzar montañas salvo por imperativo y en los viajes den rodeos por valles y collados.
Para tener palomas mensajeras es menester un palomar en balcón, ventana o azotea; los hay simples: cajones corrientes y molientes; los hay, diría, hasta lujosos. Lo importante, según dicen los entendidos, es su orientación al mediodía. De lo que se trata es de sistematizar, racionalizar el instinto de orientación que la paloma mensajera tiene, además de una finísima sensibilidad, memoria topográfica, extraordinaria potencia visual y una suerte de inexplicable radar que opera el prodigio de que en los regresos localicen, sin margen de error, el palomar en el que viven y comen, en el que fueron aquerenciadas al mes de nacer.
Para los concursos se requieren algo así como estudios superiores, acostumbrar a las esbeltas concursantes a las cestas en las que han de viajar para llegar al destino- lugar, en el que se soltarán para la aventura de volver a sus palomares; con el vuelo controlado por relojes registradores de días, horas, minutos y segundos. En los vuelos, siguiendo la línea de los ríos, desde donde sea (lo más lejos Lisboa, Oporto, cerca de mil kilómetros en línea recta), suelen ir a 80, hasta 120 kilómetros por hora…